Llega un momento en la vida —o en la muerte— en que todo lo urgente deja de importar. Acompañar a alguien que está muriendo es, quizás, una de las experiencias más intensas, honestas y profundamente humanas que podamos vivir.
Y entonces surge la gran pregunta: ¿qué siente realmente una persona cuando se acerca el final?
No hay una sola respuesta, porque cada proceso de morir es único. Pero sí hay emociones comunes, experiencias recurrentes y una profunda necesidad de presencia y amor. Hoy te las comparto desde la voz de quienes han acompañado… y de quienes han partido.
Una pregunta que nace del amor (y del miedo)
Preguntar qué siente una persona antes de morir no es morboso.
Es un acto de amor.
Es el intento de entender cómo estar ahí, cómo no fallar, cómo no huir.
Porque cuando llega ese momento, no queremos irnos con dudas ni que se vayan con soledad.
¿Qué puede sentir una persona en sus últimos días?
El proceso de morir no es solo un hecho físico: es también emocional, existencial, relacional. Y, como dice Chochinov, la dignidad se convierte en el lenguaje profundo del alma.
Cambios físicos: el cuerpo empieza a soltar
En esta etapa, pueden surgir emociones intensas y contradictorias: tristeza, miedo, gratitud, incluso alivio. A veces se revive toda una vida en una conversación.
“Mi papá me pidió perdón por cosas que ni recordaba. Murió en paz, y yo también.”
— David, hijo y cuidador
También pueden aparecer momentos de claridad lúcida, incluso en personas con deterioro cognitivo, lo que se conoce como lucidez terminal.
Cambios espirituales: buscar sentido, encontrar paz
Para muchas personas, el final de la vida es también un momento de despertar espiritual. No siempre religioso, pero sí profundamente humano.
Se hacen preguntas como:
¿Valió la pena mi vida?
¿Fui amado?
¿Estoy listo para soltar?
Y es aquí donde la escucha, la presencia y el silencio amoroso se vuelven esenciales.
El silencio, la presencia y la escucha: cómo estar ahí
Acompañar a una persona en su proceso de morir no es cuestión de saber qué decir.
Muchas veces, lo más valioso es saber estar en silencio.
Estar, sin tener que decir nada
Una silla al lado. Una mano sostenida. Una mirada que no huye.
Eso es presencia.
“El tiempo no se compone de horas y minutos, sino de amor y buena voluntad.”
— Sabiduría africana, citada en cuidados paliativos
La importancia del tacto y la mirada
A medida que el habla se vuelve más difícil, el lenguaje no verbal toma protagonismo: una caricia, un beso en la frente, una respiración acompasada.
El tacto —usado con respeto y sensibilidad— ayuda a aliviar el miedo. Como dice el equipo de Seremos Mariposas: “la piel es el último puente hacia el alma.”
Frases que reconfortan (y las que no)
❌ Evita frases como “todo estará bien” o “no pienses en eso”.
✅ Di mejor:
“Estoy aquí.”
“Te quiero mucho.”
“Gracias por todo lo que me diste.”
Si quieres profundizar en cómo comunicarte con respeto en momentos delicados, te recomendamos el Curso de comunicación consciente.
“No fue solo morir, fue volver a casa”: voces que nos transforman
“Mi hermana murió en su cama, con sus plantas, con su gato. Fue triste, sí, pero también fue hermoso. No fue solo morir. Fue volver a casa.”
— Lucía, hermana de Carla
“Lo más duro fue soltarla. Pero verla irse con tanta serenidad me enseñó que la muerte no es el enemigo. Es el umbral.”
— Francisco, acompañante
Estos relatos no son excepciones. Son huellas de lo que ocurre cuando hay presencia, escucha y humanidad en el morir.
¿Y tú? ¿Cómo quieres acompañar a quienes amas?
Acompañar no es salvar. No es curar.
Es estar. Es mirar. Es honrar el valor de lo que no se puede controlar.
Si sientes la llamada para estar ahí, a ofrecer compañía consciente, digna y humana, quizás lo tuyo sea formarte como Death Doula.
La formación que transforma: ser presencia en el final de la vida
En nuestro formación aprenderás a sostener, acompañar y comprender las múltiples dimensiones del morir.
No es solo una formación.
Es una transformación.
Suele sentir cansancio, desapego del cuerpo, cambios emocionales y, muchas veces, una profunda paz si está acompañado.
Algunas señales son la disminución del apetito, el aumento del sueño, respiración irregular o necesidad de soledad.
Estar presente. Escuchar. Cuidar los detalles. Aceptar. Y, sobre todo, no huir del silencio.